Gimpel, el tonto y otros relatos by Isaac Bashevis Singer

Gimpel, el tonto y otros relatos by Isaac Bashevis Singer

autor:Isaac Bashevis Singer [Singer, Isaac Bashevis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1957-04-23T00:00:00+00:00


Y, como no había nadie que le coreara, él mismo cantaba el estribillo:

¡Oh, Señor, el macho cabrío!

Sus amigos le insistían para que tomara una criada, pero él no quería admitir en la casa a una mujer extraña. De cuando en cuando, alguna de las vecinas iba a barrer y a quitar el polvo, pero aun eso era demasiado para él. Se acostumbró a estar solo. Aprendió a cocinar, y él mismo se preparaba la sopa en el trípode y, los viernes, incluso amasaba el budín para el Sabbath. Lo que más le gustaba era sentarse solo en el banco y seguir el rumbo de sus pensamientos, que se habían ido haciendo cada vez más enmarañados con el paso de los años. Día y noche desarrollaba conversaciones consigo mismo. Una voz formulaba preguntas, la otra respondía. Acudían a su mente frases inteligentes, expresiones agudas y oportunas llenas de la sabiduría de la vejez, como si sus abuelos hubiesen vuelto a la vida y estuvieran dirigiendo sus interminables disputas en el interior de su cabeza sobre cuestiones relativas a este mundo y al futuro. Todos sus pensamientos giraban en derredor de un mismo tema: «¿Qué es la vida y qué es la muerte? ¿Qué es el tiempo que avanza sin tregua y a cuánta distancia está América?». Se le cerraban los ojos; caía de su mano el martillo, pero seguía oyendo el característico martilleo del zapatero remendón —un golpe suave, otro más fuerte y un tercero más fuerte todavía—, como si a su lado se hallara sentado un fantasma remendando zapatos invisibles. Cuando uno de los vecinos le preguntaba por qué no iba a reunirse con sus hijos, señalaba el montón formado sobre el banco y decía:

—Nu, ¿y los zapatos? ¿Quién va a remendarlos?

Transcurrían los años, y él no tenía idea de cómo ni dónde se iban desvaneciendo. Pasaron por Frampol predicadores viajeros con inquietantes noticias del mundo exterior. En la sinagoga de los sastres, a la que Abba seguía acudiendo, los jóvenes hablaban de guerra y de decretos antisemitas, de judíos que se iban congregando en Palestina. Campesinos que habían sido clientes suyos durante años se apartaban de él y acudían a los zapateros polacos. Y un día, oyó decir el anciano que era inminente una nueva guerra mundial. Hitler —¡sea borrado su nombre!— había levantado sus legiones de bárbaros y amenazaba con apoderarse de Polonia. Ese azote de Israel había expulsado de Alemania a los judíos, como en tiempos España. El anciano pensó en el Mesías y se sintió terriblemente excitado. ¿Quién sabe? ¡Tal vez iba a venir realmente el Mesías, y resucitarían de sus tumbas los muertos! Veía abrirse las sepulturas y salir de ellas a los pequeños zapateros, Abba, Getzel, Treitel, Gimpel, su abuelo, su padre. Les hacía entrar en su casa y les obsequiaba con vino y pasteles. Su mujer, Pesha, se avergonzaba de encontrar la casa en aquel estado, pero «no importa —le aseguraba él—, ya encontraremos a alguien que haga la limpieza. ¡Mientras estemos todos juntos!».



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